lunes, 7 de septiembre de 2009

Bastardos sin gloria


Título original: Inglorious Basterds (USA, 2009) / Dirección: Quentin Tarantino / Elenco: Brad Pitt, Christoph Waltz, Mélanie Laurent, Eli Roth, Michael Fassbender, Diane Kruger, Mike Myers / Duración: 153 mins.

Luego de la irregular Death Proof (que, como parte del proyecto Grindhouse, fue más un ejercicio fílmico que una película), Tarantino regresa al gran cine con una obra hecha a la medida no sólo de sus fanáticos, sino de los amantes del séptimo arte en general. Es un film dedicado a quienes sientan deleite ante una buena actuación, una gran escena o un diálogo brillante. Porque aquellos que crean que Inglorious Basterds se trata simplemente de una película de guerra, se equivocan fiero. Es más una película de personajes, de climas y de diálogos que una de acción y violencia física (aunque hay que aclarar que cuando la violencia aparece, lo hace con todo). Es un film tan radical en su propuesta y en su ejecución que es imposible que deje indiferente a nadie. Es Tarantino 100%, para bien y para mal. Lo “peor” que puede decirse del cine de Tarantino es que se ha ido volviendo cada vez más referencial y auto referencial. Referencial porque sus propuestas son siempre excusas para homenajear géneros, películas o personajes del pasado. Y auto referencial, porque es un autor que ha generado un universo tan personal e identificable que sus filmes, cada vez en mayor medida, remiten a sus propias obras. Esta dinámica, para algunos, puede llegar a ser vista como una especie de juego aburrido y repetitivo (es cierto que, por momentos, Tarantino parece regodearse de más con su propio ingenio). Pero el talento e imaginación del cineasta están lejos de permitir que sus obras queden en este plano meramente lúdico.

Inglorious Basterds debe ser la película "de guerra" con más parlamentos en la historia del cine. Hay aquí más líneas de diálogos que en un film de Woody Allen o Ingmar Bergman. Tarantino, como es sabido, es un excelente creador de diálogos, y eso es lo que más abunda en la película. Así, la primera escena del film está compuesta por un diálogo que dura como veinte minutos, pero que no aburre en ningún momento. Principalmente, por la excelencia de su factura. Las palabras que Tarantino pone en boca de sus personajes no son casuales, por más que por momentos pareciera que hablan banalidades. Lo que los personajes dicen, y cómo lo dicen, nos define su esencia. Y en esa notable primera escena conocemos a un personaje destinado a quedar en la historia grande del cine: el coronel Hans Landa. Un nazi dedicado específicamente (y orgullosamente) a cazar judíos, es de esos seres a los que amamos odiar. U odiamos amar. El actor austríaco Christophe Waltz (quien se consagró como mejor actor en Cannes y que seguramente logre una nominación al Oscar) ha creado un personaje multifacético, oscuro, temible y cómico a la vez, que ilumina cada escena en la que participa. Las sinuosidades de sus gestos y sus entonaciones son deliciosas. Y debe ser el primer personaje en la historia del cine en valerse del uso de distintos idiomas casi como un arma.
Por otro lado está el batallón de los “bastardos” del título, un grupo de soldados norteamericanos de origen judío que tiene como único objetivo asesinar brutalmente (arrancando el cuero cabelludo) a todo nazi que se les cruce por el camino, y así sembrar el terror entre las filas alemanas. Su líder es el teniente Aldo Raine (Brad Pitt, en un personaje caricaturesco pero bien llevado), un tipo al que sólo le importa cumplir con su tarea y que cuenta bajo su mando con una serie de personajes coloridos, tal como es de esperar en un film de Tarantino. Y por último, cerrando los personajes principales de la historia, está Shosanna, una joven judía que logra escapar de la matanza de su familia y que años después intentará vengar su muerte.

El film no posee una línea narrativa tradicional o clásica. Está estructurado de manera episódica, con cinco capítulos que están interrelacionados y en los que estos variados personajes se irán cruzando de distintas formas. Además, Tarantino parece estar más interesado en homenajear a sus criaturas que en contar específicamente una historia. De allí que el disfrute esté más en cómo se suceden los acontecimientos de cada capítulo específico, en cómo está resuelta cada situación, en cada diálogo, en cada personaje. Es un film que se configura como una sumatoria de grandes momentos. Algo que no difiere mucho, podría decirse, de lo que Tarantino hizo en Pulp Fiction.
En suma, con Inglorious Basterds Tarantino vuelve a lograr lo que ya había hecho con Kill Bill: recordarnos por qué nos gusta tanto el cine. La conjunción del conocimiento enciclopédico que Tarantino tiene de la cultura popular con el talento que posee para darle una vuelta de tuerca original a todos los elementos que recoge y reinventa para cada una de sus películas siguen haciendo de este director uno de los cineastas más importantes de nuestros tiempos. Y lo peor de todo es que el tipo sabe lo genial que es. Y no tiene ningún empacho en demostrarlo. Quien tenga dudas sobre esto, que imagine al propio Quentin diciendo la frase que cierra la película... Y sí, es un agrandado. Pero cuánta razón tiene...