sábado, 23 de febrero de 2008

¿Sobreactuación?

A propósito del estreno de Petróleo sangriento (perdón, pero da tela para cortar esta peli), estuve leyendo y escuchando algunas críticas sobre la película en distintos medios. En general, las opiniones han sido muy positivas pero, en algunos casos, se ha señalado la tendencia del protagonista, Daniel Day-Lewis, a la sobreactuación. Y esto me hizo pensar. Primero, en si era realmente así. Y luego, en cuándo un actor está “sobreactuando”.
Que existe la sobreactuación en el cine, nadie puede negarlo. Se ve mucho, por ejemplo, en actores acostumbrados al teatro, ámbito en el cual, dadas las características físicas, sí es necesario exagerar para poder llegar a toda la sala. En el cine, en cambio, la cámara capta todo, hasta los parpadeos. Por eso reclama un tipo de actuación más reservada. Pero también creo que un componente muy importante de la actuación es, además de la credibilidad, la diversión. La capacidad de entretener al espectador. De sorprenderlo. Y una parte de este arte reside, justamente, en exagerar un poco. No creo que un actor deba siempre interpretar un personaje de la forma más naturalista posible. Un poquito debe exagerar sus modismos para transmitir sensaciones que impacten al espectador. Pero está en la capacidad del actor (y de quien lo dirija) saber cuál debe ser el límite. Además, debe tenerse muy en cuenta el tono y el estilo de la película. Muchas veces cierto tipo de cine (la sátira, la comedia negra) reclama una actuación exacerbada. O sea, es importante que el tipo de actuación guarde coherencia con el film en cuestión. Allí, de vuelta, jugará mucho la mano del director (además del talento del actor).
La actuación de Day-Lewis es ciertamente explosiva. Su Daniel Plainview es esa clase de personaje que en inglés se identifica como “larger than life”, término que alude a algo que es, justamente, más grande que la vida. O sea, exagerado. Pero Petróleo sangriento es una película grandilocuente que reclamaba una interpretación acorde, que comande las dos horas y media de relato y que guarde relación con el tono casi operístico de la historia. No me imagino a Bill Murray, por ejemplo, haciendo este papel. Lo suyo, igualmente brillante, es lo opuesto. Es minimalismo puro. Transmitir todo casi sin hacer nada. Pero aquí se necesitaba justamente lo que Day-Lewis entregó. Una interpretación sorpresiva, dinámica, entretenida, exagerada y, según mi humilde opinión, inolvidable. Si esto es sobreactuar, bienvenido sea.

miércoles, 20 de febrero de 2008

Petróleo sangriento

Petróleo sangriento (There will be blood) es la última película de Paul Thomas Anderson (Boogie Nights, Magnolia, Embriagado de amor) y marca, sin dudas, un punto de inflexión en su carrera. Principalmente, porque es una obra radicalmente distinta, no sólo a sus anteriores filmes, sino al cine estadounidense en general. Es un trabajo arriesgado, personal y, por qué negarlo, imperfecto. Pero, en muchos aspectos, realmente fascinante.
El film cuenta la historia de Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis), emprendedor dedicado a la búsqueda de petróleo, y muestra su ascenso desde solitario minero a poderoso empresario petrolero, en un relato que comienza a fines del siglo 19 y cubre unos 30 años. El centro del film se ocupa de la llegada de Plainview, al frente ya de un floreciente negocio, a la localidad de Little Boston, un desértico pueblo que tiene bajo su suelo un inmenso caudal de petróleo. Allí, movido por el interés económico, se insertará en la vida social de la comunidad, prometiendo prosperidad y progreso a los lugareños. Al mismo tiempo, comenzará una puja de poder con Eli Sunday (Paul Dano), joven y ambicioso predicador de la iglesia local, que busca sacar tanto provecho de la situación como Plainview.
El film comienza de manera excelente. Son quince minutos sin diálogos en los que se muestra los inicios de Plainview. Primero, trabajando en rústicas excavaciones en medio del desierto, penosamente solo y luchando contra toda clase de adversidades. Luego, somos testigos de cómo logra encontrar petróleo y su negocio empieza a prosperar. Esos instantes iniciales son una poderosa muestra de cómo el cine puede transmitir mucho sólo mediante imágenes (siempre y cuando detrás de cámara haya alguien con el talento y el pulso para lograrlo). De hecho, gran parte del impacto de la película se basa en la fuerza de las imágenes y de la música. Es justo destacar aquí la banda de sonido, creada por Jonny Greenwood, guitarrista de Radiohead. Es una música cambiante, extraña y, por momentos, omnipresente. Violines, pianos, guitarras eléctricas y hasta ruidos industriales conforman una de las bandas de sonido más originales (y desconcertantes) de los últimos tiempos.
A medida que avanza la historia, la película va tomando direcciones inesperadas y diversos tonos dramáticos. En algunos momentos se transforma en un espeso drama, para virar luego hacia el suspenso y llegar a ser, en más de un pasaje, una comedia negra. Con una duración de 158 minutos, su mayor debilidad está, sin dudas, en la parte media del relato, el cual se vuelve algo errático y moroso. Luego de una primera hora muy intensa y atrapante, el film cae en una meseta argumental que hace decaer algo el interés, para lograr recuperar en sus tramos finales un poco de aquel vigor inicial.

Es indudable que el film dejaría una huella mucho más débil si no fuera por su protagonista. La actuación de Daniel Day-Lewis es sensacional. Su personaje es una de esas creaciones que llenan la pantalla. Plainview es un ser ambicioso, mezquino, egoísta y resentido. Un verdadero villano que odia al resto de la humanidad (según sus propias palabras) y que vive atormentado por un oscuro pasado del cual poco se nos revela. Es una caracterización brillante (cercana a la que Day-Lewis había realizado para Scorsese en Pandillas de New York) que suele bordear lo grotesco pero sin llegar nunca a la exageración. La actuación de Paul Dano, por su lado, también es destacable, configurando un personaje complejo y, en última instancia, patético. Sin embargo, su presencia empalidece frente a la figura avasallante de Day-Lewis.
En muchos círculos se ha señalado a este film, basado en la novela Oil! (1927) de Upton Sinclair, como un nuevo clásico americano. Incluso lo han comparado con El Ciudadano, dados sus aires épicos y la naturaleza de su protagonista. Yo prefiero escaparle a estos brotes entusiastas. Además, el tiempo es el encargado de transformar a una obra en un clásico. El que logra insertarla en el imaginario cultural. Sí creo que es un film original, distinto y desafiante. Recomendar una obra así es complejo, aunque casi obligatorio. Darle una “puntuación” también es complicado. La otorgo porque es una costumbre darle este tipo de valoración a las películas y porque sé que sirve como una guía, pero tómenla con pinzas. La percepción que cada uno tenga del film dependerá de cómo incorpore y acepte sus peculiaridades. En lo personal, siento que es de esos filmes que crecen dentro de uno, por lo que el tiempo puede otorgarle ese valor agregado que antes mencioné.
Para evaluar este film uno debe tener en cuenta su riesgo. Es como una competencia de clavados de natación, donde se puntúa basándose en la dificultad del salto en cuestión. Haciendo tal comparación, habría que decir que Petróleo sangriento merece ser apreciada por su valentía. Es un salto difícil y riesgoso. ¿Irregular? Sin dudas. Pero también único. Vale la pena, aunque sea sólo para apreciar la visión de un director que mantiene su integridad artística ante todo. Tal vez sea esa la característica que unifica la obra de Anderson, más allá de cualquier valoración que hagamos sobre sus películas. En medio de un mercado tan esquemático, prefabricado y despiadado como el hollywoodense, aportes como el suyo no deben ser pasados por alto.
Petróleo sangriento tiene ocho nominaciones al Oscar y se estrena en Argentina el jueves 21 de febrero.


domingo, 17 de febrero de 2008

Viejitos ¿piolas?


El otro día en el blog de Graciela se suscitó una petit polémica referida a las calidades actorales del Sr. Jack Nicholson. Estaban quienes decían adorarlo (la mayoría) y, por el otro lado, estábamos los “disidentes”, que opinábamos que el tipo ha caído en cierta decadencia. En realidad, no voy a hablar en contra del querido Jack, al cual admiro, sino que voy a dar mi punto de vista sobre un grupo de actores, en el que lo incluyo, y el momento particular que atraviesan.
La década del 70 fue, para el cine norteamericano, una época única, en la que se alcanzó un grado de madurez y lucidez notables. No se puede hablar de una corriente estilística, pero sí de una suma de talentos individuales que terminaron conformando un panorama brillante. Dentro de ese contexto, tuvo un papel preponderante un grupo de actores que comenzaron su camino a fines de los 60 y que alcanzarían en esa década un pico de creatividad. Jack Nicholson, Dustin Hoffman, Al Pacino y Robert De Niro son algunos de esos nombres que revolucionaron la pantalla norteamericana. Sus trabajos mostraban una dosis de compromiso y de profundidad que sólo tenía como precedente al gran Marlon Brando.

Repasemos algunos de los filmes que estos actores rodaron por aquellos años: Nicholson (Busco mi destino, Mi vida es mi vida, Conocimiento Carnal, El último deber, Barrio Chino, El pasajero, Atrapado sin salida); Hoffman (El graduado, Perdidos en la noche, Pequeño gran hombre, Perros de paja, Papillon, Lenny, Maratón de la muerte, Todos los hombres del presidente, Kramer vs. Kramer); Pacino (Pánico en el parque, El Padrino I y II, Serpico, Espantapájaros, Tarde de Perros, Justicia para todos); De Niro (Calles salvajes, El Padrino II, Taxi Driver, El último magnate, New York New York, El francotirador, Toro Salvaje). Esta etapa brillante del cine estadounidense llegó a su fin con la aparición de Steven Spielberg y George Lucas. Ellos inauguraron, casi sin proponérselo, la era de los blockbusters (producciones millonarias dirigidas al gran público), lo cual fue dejando cada vez menos lugar en las salas para ese cine adulto. Pero este es un análisis para otro posteo, no me quiero ir por las ramas…
Yendo al punto, lo que quiero señalar es que los actores mencionados han revolucionado la forma en la que se hacía cine en los EEUU. Es gente que dio vuelta como una media el concepto de actuación en cine. Y todo gracias puramente a su talento y a su valentía como artistas. Ahora, yéndonos 30 años más acá, creo que todos ellos han ido perdiendo ese fuego sagrado, esa llamita divina que los impulsaba (la que vemos hoy en gente como Sean Penn, Johnny Depp, Christian Bale...). Esto es algo que le ocurre a la gran mayoría de los artistas con el paso del tiempo. A los músicos, sin duda.

En mi opinión, estos actores-ícono fueron dándole cada vez más lugar al carisma en detrimento de la búsqueda actoral. En sus años dorados desaparecían detrás de sus personajes; ahora sus personalidades se imponen ante todo. Hace rato que no veo en ellos una actuación comprometida o reveladora. Sí veo actuaciones irreprochables (su don natural es innegable), pero ninguna memorable. Lo de Nicholson, por ejemplo, en Alguien tiene que ceder es entretenido, pero lo puede hacer con los ojos cerrados. Lo mismo De Niro en La familia de mi novia. ¿Actúan mal? Para nada. Pero para gente con su talento, esto es casi como actuar en piloto automático. Ojalá me tapen la boca y nos vuelvan a sorprender. Como cinéfilo, me encantaría que así fuera.