Petróleo sangriento (
There will be blood) es la última película de
Paul Thomas Anderson (
Boogie Nights,
Magnolia,
Embriagado de amor) y marca, sin dudas, un punto de inflexión en su carrera. Principalmente, porque es una obra radicalmente distinta, no sólo a sus anteriores filmes, sino al cine estadounidense en general. Es un trabajo arriesgado, personal y, por qué negarlo, imperfecto. Pero, en muchos aspectos, realmente fascinante.
El film cuenta la historia de
Daniel Plainview (
Daniel Day-Lewis), emprendedor dedicado a la búsqueda de petróleo, y muestra su ascenso desde solitario minero a poderoso empresario petrolero, en un relato que comienza a fines del siglo 19 y cubre unos 30 años. El centro del film se ocupa de la llegada de
Plainview, al frente ya de un floreciente negocio, a la localidad de Little Boston, un desértico pueblo que tiene bajo su suelo un inmenso caudal de petróleo. Allí, movido por el interés económico, se insertará en la vida social de la comunidad, prometiendo prosperidad y progreso a los lugareños. Al mismo tiempo, comenzará una puja de poder con
Eli Sunday (
Paul Dano), joven y ambicioso predicador de la iglesia local, que busca sacar tanto provecho de la situación como
Plainview.
El film comienza de manera excelente. Son quince minutos sin diálogos en los que se muestra los inicios de
Plainview. Primero, trabajando en rústicas excavaciones en medio del desierto, penosamente solo y luchando contra toda clase de adversidades. Luego, somos testigos de cómo logra encontrar petróleo y su negocio empieza a prosperar. Esos instantes iniciales son una poderosa muestra de cómo el cine puede transmitir mucho sólo mediante imágenes (siempre y cuando detrás de cámara haya alguien con el talento y el pulso para lograrlo). De hecho, gran parte del impacto de la película se basa en la fuerza de las imágenes y de la música. Es justo destacar aquí la banda de sonido, creada por
Jonny Greenwood, guitarrista de
Radiohead. Es una música cambiante, extraña y, por momentos, omnipresente. Violines, pianos, guitarras eléctricas y hasta ruidos industriales conforman una de las bandas de sonido más originales (y desconcertantes) de los últimos tiempos.
A medida que avanza la historia, la película va tomando direcciones inesperadas y diversos tonos dramáticos. En algunos momentos se transforma en un espeso drama, para virar luego hacia el suspenso y llegar a ser, en más de un pasaje, una comedia negra. Con una duración de 158 minutos, su mayor debilidad está, sin dudas, en la parte media del relato, el cual se vuelve algo errático y moroso. Luego de una primera hora muy intensa y atrapante, el film cae en una meseta argumental que hace decaer algo el interés, para lograr recuperar en sus tramos finales un poco de aquel vigor inicial.

Es indudable que el film dejaría una huella mucho más débil si no fuera por su protagonista. La actuación de
Daniel Day-Lewis es sensacional. Su personaje es una de esas creaciones que llenan la pantalla.
Plainview es un ser ambicioso, mezquino, egoísta y resentido. Un verdadero villano que odia al resto de la humanidad (según sus propias palabras) y que vive atormentado por un oscuro pasado del cual poco se nos revela. Es una caracterización brillante (cercana a la que
Day-Lewis había realizado para
Scorsese en
Pandillas de New York) que suele bordear lo grotesco pero sin llegar nunca a la exageración. La actuación de
Paul Dano, por su lado, también es destacable, configurando un personaje complejo y, en última instancia, patético. Sin embargo, su presencia empalidece frente a la figura avasallante de
Day-Lewis.
En muchos círculos se ha señalado a este film, basado en la novela
Oil! (1927) de
Upton Sinclair, como un nuevo clásico americano. Incluso lo han comparado con
El Ciudadano, dados sus aires épicos y la naturaleza de su protagonista. Yo prefiero escaparle a estos brotes entusiastas. Además, el tiempo es el encargado de transformar a una obra en un clásico. El que logra insertarla en el imaginario cultural. Sí creo que es un film original, distinto y desafiante. Recomendar una obra así es complejo, aunque casi obligatorio. Darle una “puntuación” también es complicado. La otorgo porque es una costumbre darle este tipo de valoración a las películas y porque sé que sirve como una guía, pero tómenla con pinzas. La percepción que cada uno tenga del film dependerá de cómo incorpore y acepte sus peculiaridades. En lo personal, siento que es de esos filmes que crecen dentro de uno, por lo que el tiempo puede otorgarle ese valor agregado que antes mencioné.
Para evaluar este film uno debe tener en cuenta su riesgo. Es como una competencia de clavados de natación, donde se puntúa basándose en la dificultad del salto en cuestión. Haciendo tal comparación, habría que decir que
Petróleo sangriento merece ser apreciada por su valentía. Es un salto difícil y riesgoso. ¿Irregular? Sin dudas. Pero también único. Vale la pena, aunque sea sólo para apreciar la visión de un director que mantiene su integridad artística ante todo. Tal vez sea esa la característica que unifica la obra de
Anderson, más allá de cualquier valoración que hagamos sobre sus películas. En medio de un mercado tan esquemático, prefabricado y despiadado como el hollywoodense, aportes como el suyo no deben ser pasados por alto.
Petróleo sangriento tiene ocho nominaciones al
Oscar y se estrena en Argentina el jueves 21 de febrero.