
Título original: The Wrestler (USA, 2008) / Dirección: Darren Aronofsky / Elenco: Mickey Rourke, Marisa Tomei, Evan Rachel Wood / Duración: 115 minutos
El Luchador es una película chiquita como una uña, pero hecha con gran realismo y honestidad. Y que tiene en su corazón una actuación enorme que la convierte en una de las experiencias más intensas que el cine haya dado en los últimos años.
Randy “The Ram” Robinson es un luchador de lucha libre que supo tener sus días de gloria. Pero ahora, 20 años después, poco queda de aquella época dorada. Con un trabajo de medio pelo en un supermercado, logra a duras penas pagar la renta del remolque en el que vive. Mientras, continúa su actividad como luchador, sólo que esta vez las actuaciones son en lugares decadentes y por muy poco dinero. Su solitaria existencia sólo se ve matizada por su relación con una bailarina de un cabaret (Marisa Tomei) y por el respeto y reconocimiento que sigue teniendo de sus colegas y de sus pocos, pero fieles, seguidores. Llegando a un punto límite en su vida, Randy tratará de remontar el partido, sabiendo que ésta sea tal vez la última oportunidad de lograrlo.
Lo primero que hay que aclarar sobre The Wrestler es que es una película “de personaje”. O sea, que gira totalmente en torno a la figura de su personaje central. Por ello, si no logramos una identificación instantánea con él, poco nos va a importar lo que ocurra (que, de hecho, no es mucho). La trama no es demasiado original ni posee observaciones o revelaciones trascendentes sobre el género humano. Es simplemente la historia de un tipo caído en desgracia, y de cómo se las arregla para sobrevivir.
Pero lo que hace que esta película tenga verdadera resonancia es la actuación de Mickey Rourke. Se habló mucho de la cercanía que personaje y actor tenían, y cómo las vidas de ambos parecen confundirse. Y más allá de este dato, que sin dudas logra elevar la actuación aun a niveles más dramáticos, hay que decir que Rourke consigue un retrato conmovedor. Él también sabía que ésta era tal vez su última oportunidad, y vaya si la aprovechó. Su Ram es una de las creaciones más profundas y sinceras de los últimos tiempos. Es un trabajo despojado, sencillo e intenso, que le da a la película no sólo el tono exacto, sino una razón de ser. Sin la presencia de Rourke, este film no tendría sentido. El actor puso realmente cuerpo (tuvo que hinchar sus músculos y realizar las escenas de lucha) y alma al servicio de este papel.
Para Darren Aronofsky (Pi, Requiem para un sueño) también marca un cambio, dejando de lado la artificialidad y melodramatismo para adentrarse en un terreno más intimista, cercano al mejor cine norteamericano de los ’70. Su cámara no se aleja jamás del protagonista, quien en muchas tomas es seguido de atrás, como si sus hombros cargaran todo el relato (y, en verdad, lo hacen). La historia, como dije, es algo trillada, pero alcanza algunos momentos esclarecedores, especialmente cuando muestra el backstage del mundo de la lucha libre. La escena de la firma de autógrafos, principalmente, es de un doloroso patetismo.
Como Cassidy, Marisa Tomei vuelve a entregar un trabajo convincente. Y vuelve a aparecer muy desnuda, algo que no molesta para nada (al menos a este servidor). Y como la hija a la cual Ram intenta recuperar está Evan Rachel Wood, quien hace lo que puede con un papel algo plano. Pero es imposible desviar la atención de Mickey Rourke. El regreso de su (deformado) rostro a los primeros planos es para festejar. Cerca del final de la película, Ram dice que lo único que sabe hacer en la vida es luchar. Rourke ha demostrado que lo único que él sabe hacer es actuar. Los que amamos el buen cine, agradecemos que se haya dado cuenta a tiempo. Ojalá que quienes votan los Oscar también lo hayan notado.
Randy “The Ram” Robinson es un luchador de lucha libre que supo tener sus días de gloria. Pero ahora, 20 años después, poco queda de aquella época dorada. Con un trabajo de medio pelo en un supermercado, logra a duras penas pagar la renta del remolque en el que vive. Mientras, continúa su actividad como luchador, sólo que esta vez las actuaciones son en lugares decadentes y por muy poco dinero. Su solitaria existencia sólo se ve matizada por su relación con una bailarina de un cabaret (Marisa Tomei) y por el respeto y reconocimiento que sigue teniendo de sus colegas y de sus pocos, pero fieles, seguidores. Llegando a un punto límite en su vida, Randy tratará de remontar el partido, sabiendo que ésta sea tal vez la última oportunidad de lograrlo.

Pero lo que hace que esta película tenga verdadera resonancia es la actuación de Mickey Rourke. Se habló mucho de la cercanía que personaje y actor tenían, y cómo las vidas de ambos parecen confundirse. Y más allá de este dato, que sin dudas logra elevar la actuación aun a niveles más dramáticos, hay que decir que Rourke consigue un retrato conmovedor. Él también sabía que ésta era tal vez su última oportunidad, y vaya si la aprovechó. Su Ram es una de las creaciones más profundas y sinceras de los últimos tiempos. Es un trabajo despojado, sencillo e intenso, que le da a la película no sólo el tono exacto, sino una razón de ser. Sin la presencia de Rourke, este film no tendría sentido. El actor puso realmente cuerpo (tuvo que hinchar sus músculos y realizar las escenas de lucha) y alma al servicio de este papel.

Como Cassidy, Marisa Tomei vuelve a entregar un trabajo convincente. Y vuelve a aparecer muy desnuda, algo que no molesta para nada (al menos a este servidor). Y como la hija a la cual Ram intenta recuperar está Evan Rachel Wood, quien hace lo que puede con un papel algo plano. Pero es imposible desviar la atención de Mickey Rourke. El regreso de su (deformado) rostro a los primeros planos es para festejar. Cerca del final de la película, Ram dice que lo único que sabe hacer en la vida es luchar. Rourke ha demostrado que lo único que él sabe hacer es actuar. Los que amamos el buen cine, agradecemos que se haya dado cuenta a tiempo. Ojalá que quienes votan los Oscar también lo hayan notado.