
El otro día, leyendo una nota sobre la nueva película animada de
Jerry Seinfeld,
Bee Movie, hubo un dato que, de algún modo, me “shockeó”. El bueno de
Jerry tiene ya ¡53 años! OK, está bien, si uno se ponía a pensar en que la serie finalizó en 1998 y que
Seinfeld para esa época rondaba los 40, era lógico concluir que el tipo ya había llegado a la cincuentena. Pero fue como cuando te reencontrás con un viejo amigo o con un familiar que hacía mucho que no veías. Un poco te sorprende verlo más viejo.
Cuando dejamos de ver a alguien, en nuestra mente su imagen se congela, y lo recordamos tal cual estaba la última vez. Para colmo, en el caso de
Seinfeld, tenemos la oportunidad de seguir disfrutando de su extraordinaria sitcom a diario, así que estamos acostumbrados a verlo joven. Por lo que el efecto es aun mayor. Pero bueno, el tiempo pasa. Inclusive para los ricos y famosos.
Debo admitir que este tema del paso del tiempo no despierta sensaciones agradables en mí. Lo confieso: le tengo cagazo a la muerte. Le tengo cagazo a la vejez. No me gusta ver envejecer a la gente. El paso del tiempo me genera tristeza, no puedo evitarlo. A veces, cuando me voy a dormir, pienso en que un día voy a estar muerto y no me gusta una mierda.
Soy joven todavía e imagino que uno, a medida que envejece, va pensando y actuando acorde a su edad. Supongo que mi miedo actual viene a cuento de que siento que mi vida está en pañales, y aun me falta mucho por recorrer. Tal vez dentro de 10, 20, 30 años tenga otra filosofía hacia el paso del tiempo. Pero por ahora, no puedo evitar esta pelotuda sensación de tristeza.
Y llámenlo negación si quieren, pero prefiero seguir creyendo que
Jerry todavía es ese solterón, joven, inmaduro y sin entradas en su cabeza. Juventud, divino tesoro...