sábado, 22 de agosto de 2009

El secreto de sus ojos


Título original: El secreto de sus ojos (Argentina, 2009) / Dirección: Juan José Campanella / Elenco: Ricardo Darín, Soledad Villamil, Guillermo Francella, Pablo Rago, Javier Godino, José Luis Gioia, Mario Alarcón / Duración: 127 mins.

El secreto de sus ojos es una muestra de que, mal que les pese a muchos críticos, es posible conjugar el cine de calidad con el masivo. Es un film que, sin ser perfecto, sigue demostrando que Juan José Campanella (que no es santo de mi devoción) sabe cómo filmar una película, más allá de las diferencias que uno pueda tener con sus elecciones narrativas o su ideología como autor.
Basada en la novela La pregunta de sus ojos, de Eduardo Sacheri, la película marca un cambio de rumbo para Campanella, al menos si se toman en cuenta sus tres últimos trabajos (El mismo amor la misma lluvia, El hijo de la novia y Luna de Avellaneda). Aquí deja de lado el costumbrismo romántico sentimentalista para meterse en una historia dramático-policial que tiene sí, en su centro, una historia de amor no consumada. Benjamín Espósito (Darín) es un ex empleado de un juzgado que, ya retirado, decide escribir una novela sobre un caso de violación seguido de muerte que, 30 años atrás, lo marcó a fuego. Es así que la película va y vuelve en el tiempo, desde el presente hacia esa Argentina turbulenta de mediados de los 70, durante pleno gobierno de Isabel Perón. Época en la cual la justicia no podía luchar contra el clima político imperante (pensándolo bien, ¿cuándo pudo?). Espósito, entonces, irá abriendo viejas heridas dejadas por este caso que, con la novela como excusa, intentará cerrar.

Campanella es un director al que uno puede criticarle varias cosas. En mi caso, siempre noté en sus películas cierta manipulación dramática. Una especie de intento por manejar los sentimientos de la audiencia. De decirle cuándo reír y cuándo llorar. Pero, más allá de esto, es un tipo que sabe lo qué quiere filmar, y cómo filmarlo. Además de ser un hábil narrador, Campanella es, sin dudas, un buen director de actores. Darín a esta altura es casi imposible que no labure bien. Si bien para muchos es un actor sobrevalorado, yo creo que tiene una presencia notable y que ha logrado un aplomo como intérprete que le da credibilidad a todos sus roles. Soledad Villamil, por su lado, logra un muy buen trabajo, con un personaje frío y algo distante pero que trasciende esa cáscara a medida que la historia avanza. Ella es Irene, el objeto del deseo de Espósito, una abogada de familia de dinero de la cual el protagonista vive enamorado. Además, está muy creíble su caracterización a lo largo del tiempo, tanto por maquillaje como por su trabajo gestual. Y mucho se ha dicho ya sobre la presencia de Guillermo Francella, en un papel algo alejado de sus habituales tics cómicos. Y lo cierto es que el tipo está muy bien en la piel de Sandoval, ese oscuro pero muy querible alcohólico que es una especie de asistente de Espósito en el juzgado y que tendrá en la historia una participación muy importante. Pero su labor a mí no me sorprendió, ya que siempre consideré a Francella un talentoso intérprete. Pero quien sí me sorprendió gratamente fue Pablo Rago, como el marido de la mujer asesinada. Su papel tal vez sea el más difícil de la película, pasando por distintos estados dramáticos, y Rago lo cumple con creces, aportando una actuación medida y con matices.

El film es técnicamente irreprochable (reconstrucción de época, maquillaje, efectos especiales) y contiene una gran escena de persecución en un estadio de futbol, de factura inusual para nuestro medio. Es la clase de escenas con las que los directores buscan regodearse. Y si lo hace Brian De Palma, ¿por qué no puede hacerlo Campanella? En cuanto a su narrativa, también es de destacar. Tal vez se le pueda reprochar que, sobre el final, pierda un poco el foco y se extienda más de la cuenta, queriendo dar un cierre a todos sus componentes. Pero esto es buscarle un poco el pelo a la leche.
El secreto de sus ojos es cine del bueno. Cine argentino, de género y no-independiente, por más que a muchos les pese.